miércoles, 26 de junio de 2013

ARENA EN LOS PIES: MBOUR 12/04/2013

Creo que fue el único día de nuestro viaje en el que no pusimos el despertador y nos despertamos cuando ya estábamos cansadas de dormir, por lo menos diez horas las pasamos en horizontal y roncando. Núria había amanecido con la mosquitera puesta pues por la noche debió de visitarnos algún minúsculo compañero y yo había babeado la almohada como nunca antes lo había hecho. Aunque era un hotel en condiciones el desayuno era lo mismo de siempre pero con un añadido, que no era la mermelada podrida si no un sabroso zumo de mango para cada una. Quedamos con Suleyman que por la tarde iríamos los tres a visitar a los pescadores y a pasear por el pueblo, mientras tanto por la mañana fuimos a pasear las dos por la orilla de la playa dirección quien sabe donde. Por el camino ya se veían en la arena barcas multicolores y de todos los tamaños, era una imagen de postal.
 
LAS COLORIDAS BARCAS
 
También encontramos perritos abandonados, una lástima y quien me conoce sabe que lo pasé fatal porque me los hubiera traído todos a mi casa de Barcelona. Un amigo de cuatro patas, al que bauticé como "Fito", respondió a mi silbido con un rápido movimiento de culo y cola. Le hice cuatro mimos, porque me daba absolutamente igual que estuviera pulgoso, rabioso o que tuviera la triquinosis y el me respondió como buen perro con su fidelidad. Nos siguió durante todo el paseo por la playa, a nuestro lado, y cada vez que los niños se acercaban a nosotras Fito intentaba atacar para protegernos ¡que buen guardián!.
 
FITO
 
Cuando nos cansamos de andar regresamos por el mismo lugar y Núria vio como un hombre entre dos barcas tenía los pantalones bajados y se hacía el amor él solito, vaya por dios...exhibicionistas los hay en todos lados. Más adelante pasamos por delante de una casa a orillas de la playa donde vivía un buen hombre con sus cabras, que nos sorprendió muchísimo porque aquello más que cabras parecían dinosaurios, eran enormes y tan blancas como la nieve. Justo cuando dejamos atrás la casa de las cabras nos cruzamos con un grupo de niños que llevaban un cangrejo en las manos. En un principio cuando vieron mi cara de asco no pasó nada pero cuando los dejamos atrás aprovecharon para tirar por los aires al pobre animalillo y hacer que me cayera encima. Tuve la suerte que pasó por encima de mi cabeza y cayó por delante mío en los pies ¡tremendo susto! Fito salió disparado hacia los niños y estos a su vez huían entre carcajadas mientras el señor cangrejo y yo nos mirábamos desafiantes a los ojos. Si es cierto que en el primer momento me enfadé muchísimo, pero al final entendí que los niños, niños son, con sus juegos y sus travesuras y eso no fue nada más que una diversión para ellos, de echo se lo puse a huevo cuando expresé con mi cara de espanto lo poco que me gustan a mi los cangrejos. Llegamos al hotel y antes de comer quisimos broncearnos un poquito, por suerte ya habíamos cogido un tono bronceado muy bonito y seríamos la envidia de todos nuestros amigos, en pleno mes de Abril y negras como si fuera Agosto. Suelyman nos vino a avisar de que ya estaba la comida lista, este chico era un excelente trabajador y siempre cuidaba con esmero el más mínimo detalle. Después de comer fuimos con él, tal y como nos había prometido, a ver a los pescadores al puerto de Mbour. Cuando llegamos sentimos el ajetreo típico de la gente de Senegal, las mujeres arriba y abajo con sus hijos y las compras y los hombres haciéndose compañía unos a otros mientras dejaban pasar las horas disfrutando del té senegalés. Al llegar a la playa un olor a putrefacto invadió nuestras fosas nasales. Muchos pescadores ya habían descargado la mercancía y las mujeres limpiaban el pescado o el marisco.
 
 
 
Habían especies marinas que en mi vida había visto; grandes caracolas de mar, peces de colorines...aunque lo más escalofriante que vimos fue un trozo de una pata de una cabra que aun conservaba el pelo y las pezuñas. El suelo estaba lleno de suciedad, desde trozos de redes de pesca hasta infinidad de tripas de pescado y aun así la gente tenía el valor de ir sin calzado. Después de la visita por el puerto, nuestro amable guía nos llevó a ver el mercado. Compramos algo de fruta e invitamos a Suleyman a lo que quisiera y comimos los tres unas rodajas de sandia, que obviamente no estaba fresca pero igualmente era un placer. Después de recorrer el laberíntico mercado nos llevó a ver otro mercado, el de artesanía, y vimos como unos chicos tallaban la madera para hacer los djembes.
 
 
Enseguida me acordé de Amadou y Aliou, ahora ellos estarían en su puesto de Ziguinchor haciendo llaveritos y figuritas varias. Paramos un taxi y volvimos al hotel, pues entendimos que Suleyman estaba en horas laborales y ya se había escaqueado suficiente. Fuimos a relajarnos a la playa otra vez, a darnos un chapuzón y a ser atacadas nuevamente por las vendedoras de bijoux. Suleyman vino a preguntarnos que tal estábamos, se quedó un rato con nosotras y charlamos con él. Me dijo que le gustaría que nos escribiéramos pero que no tenía mail, y me dio su dirección postal para que cuando quisiera le mandara una carta.
 
CON SULEYMAN
 
De lejos escuchamos la llamada a la oración, Suleyman se retiró unos metros atrás, hizo un círculo en la arena, se metió dentro mirando a la meca y comenzó a rezar. Cuando finalizó nos dijo que él era un buen musulmán y que rezaba donde fuera...si amigo, si, ya nos hemos dado cuenta. De nuevo nos trajo la carta de comida para que pidiéramos la cena, desde luego que Doba sabe perfectamente donde mandar a sus turistas para que se sientan bien tratados. Antes de cenar nos duchamos y dejamos las mochilas preparadas para salir temprano al día siguiente. Mientras cenábamos vimos a un chico detrás de la barra del bar que ponía música, el muchacho se llamaba Noa y también trabajaba en el Blue África. Nos dijo que el cantante de ese cd que sonaba era él y que si nos apetecía estábamos invitadas a pasarnos más tarde por la playa pues estaría él con sus amigos tocando los djembes y cantando. ¡Siiiii, fiesta africana! Por nada del mundo me lo perdería, aunque fueran solo cinco minutos iba a ir. Disfrutamos de la cena y vimos un rato algún programa de televisión a través del móvil cuando ya comencé a oír a lo lejos el sonido de los tambores. De repente, como si me hipnotizaran los oídos me levanté de la mesa y fui corriendo a la playa, dejando en el hotel a Núria que ya había manifestado su rechazo a la invitación por motivos de cansancio. Allí estaba Noa, al lado de una hoguera con dos colegas más. Mientras Noa buscaba algo para que pudiera sentarme en la arena aproveché para presentarme a sus amigos que como nunca habían oído mi nombre decidieron entre risas llamarme "Party". Muy bien, pues si la fiesta ha venido a la fiesta, ¡que comience la fiesta!. Noa comenzó a cantar al compás del djembe y me enamoré, pero no de él si no de su voz. Cantaba como los ángeles, sonriente, feliz, mirándome a los ojos y yo dejaba que sus palabras y su belleza artística entraran dentro de mí, fue mágico. Tenía un color de voz tan bonito y especial como el color de su piel. También me enseñó a tocar un poco el djembe, a parte de ser difícil cuando llevas un rato duelen las manos, pero desde luego fue muy gratificante. El pirado del colega que me bautizó como "Party" no paraba de hablar sobre sus teorías del universo y alternábamos música con charlas místicas. Llevaba ya un buen rato cuando quise ir a dormir y Noa me suplicaba que me quedara un poco más, pero le expliqué que debía ir a dormir porque al día siguiente madrugaba. Me dijo que él dormía cuatro horas al día y que yo también podría hacerlo, si claro, pensé, con lo que me gusta a mi dormir...le agradecí enormemente la compañía y le dije que lo había pasado muy bien, pero le di las buenas noches y me fui a la habitación a descansar. Fue maravilloso dormirme con los djembes de fondo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario