martes, 18 de junio de 2013

REGRESO A LA COSTA: TAMBACOUNDA-MBOUR 11/04/2013

Tuvimos una noche ajetreada, el calor asfixiante hizo que subiéramos el colchón a la terraza pero en mitad de la madrugada tuvimos que bajar porque hacía fresco y las constantes oraciones de los fieles que se pasaron toda la noche rezando nos despertaban constantemente. Nos dimos una ducha rápida, nos hicimos unos bocadillos de mantequilla para el camino y nos fuimos a la Gare Routier. Allí estaba nuestro chico, Cheik, esperándonos con una sonrisa de oreja a oreja e interesado en nuestros ánimos, en como estábamos hoy y como habíamos dormido. Nos había reservado los asientos del medio y ya faltaba poco para que se llenara el set-place. Para hacer tiempo observábamos a los niños que andaban por ahí mendigando ¿serían los mismos niños de ayer? Iban todos desaliñados, con la ropa rota, descalzos y sucios, hasta con costras en la cabeza.
 

 
Uno de ellos nos recitaba el Corán de memoria mientras movía la mano arriba y abajo para que le diéramos unos francos. Cheik nos explicó que estos niños no van a la escuela y que solo aprenden el Corán, las sospechas de que detrás de estas criaturas se encontraba el marabut iba cobrando fuerza. El coche por fin estaba lleno y llegó la hora de partir. Nos despedimos con mucha alegría porque ya dejábamos atrás las malas energías de Tamba, pero al mismo tiempo a mi me dio mucha pena decirle adiós a Cheik que se había portado excepcionalmente con nosotras. Nos dimos los mails para no perder el contacto. El chofer era un chico joven, vestía una camiseta del Barça y un gorro vaquero. Paramos una vez a cargar unos troncos de madera y una segunda vez a que los viajeros comieran. Nosotras tomamos unas coca colas porque no teníamos hambre y fuimos a dar una vuelta y a buscar algo de sombra donde sentarnos para darles tiempo a que acabaran de comer. Uno de los viajeros nos vino a buscar para avisarnos de que ya marchábamos y fuimos corriendo de nuevo al coche. En total, hicimos casi 400 kilómetros en unas 6 horas y media. En la Gare Routier de Mbour nos montamos en un taxi para ir al hotel que nos había reservado Doba, el Blue Afrika, era precioso, justo delante de las mesas del restaurante teníamos la playa que estaba decorada con unas magníficas palmeras.
 
 
Era el escenario típico de una playa del caribe pero en la costa africana. Sin pensarlo dos veces decidimos pasar las dos noches que nos quedaban en Senegal allí, tranquilas, tomando el sol, dándonos unos baños estupendos y tiradas en las hamacas del hotel sin hacer absolutamente nada. Suleyman, que así se llamaba el amable chico que nos recibió en el hotel nos dio la bienvenida con un zumo bien fresquito de mango y enseguida nos dijo que nosotras debíamos ser las chicas de Doba, que él podría llevarnos gratis y porque simplemente le apetecía, a conocer un poco el pueblo de Mbour y ver la famosa playa donde llegan los pescadores después de faenar todo el día en alta mar. Estábamos encantadas con el recibimiento y el lugar. Hasta la hora de la cena fuimos a la playa del hotel a relajarnos pero cuando no eran los chicos ligones eran las mujeres vendedoras de bijoux, esta vez nos dijeron que las ganancias de las ventas iban destinadas a un colegio del pueblo y fuera verdad o mentira no les compramos nada porque ya íbamos servidas de este tipo de abalorios, de todas maneras las mujeres africanas son luchadoras y no se rinden tan rápido y las tuvimos pegadas a nuestros pies en las hamacas durante una hora intentando vendernos de todo. Mientras nos bañábamos también se nos acercaron tres chicas que iban haciendo footing por la orilla y nos invitaron a correr con ellas pero nuestras piernas no estaba para esos trotes y les dijimos que si al día siguiente las veíamos si que nos apuntábamos a echar unas carreras. Suleyman nos trajo la carta para que pidiéramos la cena, sabía de sobras que estábamos hambrientas y pedimos unas ensaladas y pescado, por fin ensaladas después de tantos días sin probar apenas una hoja de lechuga y por fin pescado fresco en la costa, estaba todo para chuparse los dedos. Estábamos tan cansadas que nos fuimos a dormir muy pronto.
 
 

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