domingo, 5 de mayo de 2013

DIA DE DESPEDIDAS: KARABANE-ZIGUINCHOR 02/04/2013

Dormir en Karabane hubiera sido un remanso de paz si no hubiera sido porque a media noche me despertó el loco zumbido de un mosquito. Maldito...pero yo no estaba para mucha caza y amanecí cubierta con aquella mosquitera agujereada. Descolgamos la ropa del tendedero, preparamos las mochilas y bajamos a desayunar los siete juntos. Elegimos la opción de volver a alquilar una piragua privada y mientras llegaba y la preparaban fuimos a dar un último paseo por aquella preciosa islita. Las calles eran todas de arena, las cabañas hechas con recursos naturales como palos y hojas secas de palmera y tan solo había una farola que funcionaba con una placa solar. En el camino nos encontramos con un grupo de niños que enseguida se pararon a saludarnos. Las sonrisas de aquellos chiquillos eran un regalo del universo. Incluso hasta el niño que andaba más zarrapastroso con la ropa sucia y rota era para comérselo.
 
 
Les enseñamos la canción de "El Pollo" y no hizo falta repetirla más de dos veces para que todos estuvieran brincando y saltando, y así nos pasamos un rato, los toubabs enfrente de los críos y los críos enfrente de los toubabs dándolo todo.
 
EL BAILE DE "EL POLLO".
 
Despedirse de los niños para mi era algo terrible, la conexión que se creaba entre ellos y yo era brutal, todos son muy agradecidos y en cuanto juegas un poquito con ellos te ofrecen lo mejor que tienen, su sonrisa y su transparente mirada, algo que siempre me cautivaba. Pero el viaje seguía y para no quedarme triste en las despedidas siempre pensaba que aun quedaban muchos niños por conocer. También vimos el colegio de la isla, el centro de la maternidad donde dejamos algo de ropita para los bebés y un pequeño centro de exposición de pintura donde la artista trabajaba y vendía sus cuadros. Sé que la palabra arte es muy amplia y puede abarcar infinidad de cosas además que cada uno entiende el arte de manera subjetiva, pero estos cuadros eran imposible de entenderlos por lo cual transmisión de emociones o sentimientos cero. A la salida de la exposición una muchacha montaba su paradita de souvenirs artesanales, solo tenía muñecas africanas de trapo y cuadros hechos con esparto y telas. Intenté llevarme uno de esos cuadros sin conseguir que me lo dejara por el precio que yo quería, pues me dijo que su madre era la dueña y artista de la exposición y que no le deja vender los cuadros tan baratos. Seguimos sin perder más tiempo hasta otras cabañas donde vendían pantalones "cagaos" hechos con telas africanas. Después de probarme dos y repitiendo la misma operación que utilicé con la muchacha de los cuadros, me fui sin comprar ninguno. Empecé a pensar que quizás me estaba pasando con esto del regateo y tiraba tan hacia abajo que ya no querían hacer cuentas conmigo...la próxima vez subiré el margen. Ahora si ya llegamos de nuevo al campamento. Estaba nuestro patrón esperándonos, nos dimos prisa en subir las mochilas a la piragua y marchar para Elinkine.
 
 
El trayecto esta vez fue mucho más corto pues la piragua era más nueva e iba más rápido. Antes de finalizar el recorrido tuvimos que volver al puesto policial y esperar a que nos revisaran los pasaportes. Como yo andaba con las botas de montaña le supliqué al patrón que me ayudara a bajar y subir de la piragua y el buen hombre me cogía en brazos cada vez que lo necesitaba.
 
 
Al llegar a Elinkine vimos como un set-place paraba a dejar a los pasajeros y nosotros corrimos para poder coger ese coche. Alex nos transmitió las palabras del chofer: os llevo hasta Ziguinchor pero si alguien pregunta donde os he recogido todos diréis que ha sido en la Gare Routier y no en la zona del embarcadero. Esta vez para cambiar un poco yo me puse en el asiento número 1, de copiloto y aquello fue insoportable. El olor que desprendía el chofer era una mezcla entre sudor y pies. Para colmo la ventanilla apenas bajaba tres dedos y no corría aire...sin duda alguna ese fue el peor set-place que monté durante mi estancia en Senegal, ya no solo por los olores sino porque aquel coche era un conjunto de hierros viejos y oxidados. Las puertas eran una capa fina de hierro llena de agujeros y el suelo del asfalto se podía ver a través del suelo del coche. Al cabo de un rato el chofer se paró si decirnos nada, cruzó la carretera y le dio algunos billetes a un policía militar que vigilaba la zona. Todos nos dimos cuenta y comenzamos a especular sobre ese acto, ¿porqué le habrá dado billetes? ¿cada vez que pase por aquí le tendrá que pagar o solo una vez al día? ¿será por algo personal tal vez? Nos hicimos tantas preguntas que cuando quisimos darnos cuenta el chofer se había vuelto a parar en un puesto de control. Desde el coche vimos como hacia aspavientos con los brazos y se enfadaba con otro hombre que se resguardaba en la sombra del chiringuito. Sabíamos que había problemas. Después de esperar unos 15 minutos el chofer le dijo a Alex que teníamos que bajar y que montaríamos en el set-place que había delante, le preguntamos porque y nos explicó que los set-place no se pueden coger en ningún otro lugar que no sea en la Gare Routier y no sabiamos como narices los del puesto de control se habían dado cuenta que a nosotros no nos recogió en la Gare Routier, quizás hacía poco rato había pasado por allí este hombre con el coche...en fin. Entre los choferes se aclararon con el dinero, pues nosotros habíamos pagado por el viaje hasta Ziguinchor y aun nos quedaba más de la mitad del camino, lo que si quería nuestro nuevo chofer es que le pagáramos 500 CFAs más por cada mochila. Los minutos pasaban y Alex discutía con el chico. No pensábamos pagar más, encima que nos habían metido en este problema que nosotros no teníamos culpa, ¿aun tenemos que pagar de nuevo? Somos turistas y excepto Alex que ya había viajado más veces a Senegal, el resto estábamos en modo descubrimiento y desconocíamos prácticamente todo. Llegamos a un acuerdo, nosotros no te pagamos más y tu te montas en el coche y nos llevas de una maldita vez a Ziguinchor. El chofer acabó aceptando. Este coche estaba mejor y el conductor era más limpio pero aun así el olor a pies me había causado un trauma y no quise ponerme delante. Cuando quedaba relativamente poco para llegar se rompió la caja de cambios y tuvimos que ir en segunda bastantes kilómetros...¿Qué sería lo próximo, pinchar una rueda? Suerte que estábamos todos juntos y hablábamos de mil cosas. Hicimos el mismo ritual de siempre: llegada a la Gare Routier y hacer transbordo a un taxi para ir al nuevo alojamiento. Esta vez era una especie de hotelito. Se llamaba Casa Afrique y como de costumbre la persona que nos dio la bienvenida fue muy agradable. Como había comprado a un vendedor ambulante unos platanitos para matar el hambre, quise compartirlos con mis compañeros y la verdad que aunque eran más bien pequeños estaban riquísimos. Después de que nos asignaran las habitaciones y nos conectáramos al wi-fi como desesperados, optamos por ir a comer. Nos metimos en un restaurante que no había nadie pero que tenía buen aspecto. Las mesas eran todas de cristal y tenían unas copas preciosas. Supongo que eso nos llamó la atención, además que cuando le preguntamos el menú estábamos de acuerdo en comer lo que nos dijo la camarera. Quisimos lavarnos las manos pero no había luz en el supuesto baño así que nos lavamos en unos cubos que había justo en la puerta del lavabo y al lado de la cocina. Cuando pedimos la cuenta alucinamos, pues nos salió el manjar por 15000 CFAs todos, lo que al cambio son unos 23 euros. Por la tarde quisimos ir a ver el mercado artesanal y al llegar ya nos dispersamos. Acabé completamente sola dando vueltas como una loca hasta que un rasta que tallaba madera me invitó a que pasara a su chiringuito a ver sus trabajos. Pensé que sería una magnífica oportunidad para pedirle que me tallara un llavero que fuese una cara y el chico muy contento se puso manos a la obra. Se llamaba Amadou y él era quien trabajaba la primera parte de la madera, le daba forma y vida. En el rincón opuesto estaba Aliou, el hermano pequeño de Amadou, que él se encargaba de la segunda parte de la faena, pulir y barnizar las piezas talladas. Por casualidad Núria apareció por allí y nos tiramos cerca de dos horas con ellos. Comenzamos charlando un poco y acabamos tomando café touba y comiendo cacahuetes. Núria también le encargó a Amadou un llavero y mientras se lo hacía yo fui a ver como pulía Aliou, que tras mi entusiasmo me invitó a que me sentara con él y me enseñó a pulir.
 
PULIENDO MI LLAVERO CON ALIOU.
 
Después de haberme puesto en su piel puedo confirmar que es un trabajo durísimo y muy pesado. Se pasan diariamente de 8 a 10 horas sentados en el suelo con malas posturas, dejándose las manos, fabricando obras de arte que por desgracia en el mercado están muy mal valoradas. Es una lástima porque son unos verdaderos artistas. Se hizo de noche, nuestros compañeros de viaje se habían ido al hotel a ver el Barça que jugaba un partido de Champions y nosotras aun seguíamos ahí haciendo amigos, pero ellos tenían que recoger la parada y nosotras marcharnos. Al final Amadou nos hizo los llaveros y nos acabó regalando unas bandejitas de madera. Los hermanos nos acompañaron a la salida del mercado y nos pararon un taxi. Nos despedimos de ellos y les dimos nuestros correos electrónicos para seguir teniendo contacto en la distancia.
Al llegar al hotel tan solo quedaban 30 minutos para acabar el partido y 30 minutos que me pasé conectada a internet. Quien me conoce ya sabe que yo futbolera no soy...y me abordó la alegría cuando acabó, pues eso quería decir que íbamos a cenar ¡y estaba hambrienta! Fuimos a un restaurante que Jana y Nicky conocían, pues ellas antes de coincidir todos en Cap Skirring ya habían estado en Ziguinchor. El restaurante tenía una terraza muy bonita y nos sentamos en una gran mesa apartada. Esa cena iba a ser la última juntos. Al día siguiente el grupo se volvía a dividir en las mismas partes que cuando nos conocimos; Gemma, Carlos y Alex tenían que coger un set-place para Banjul ya que el avión les salía a última hora de la noche, Núria y yo cogeríamos otro set-place hacia Kedougou y Jana y Nicky se quedaban un par de días más en Ziguinchor. Estuvimos toda la cena brindando por habernos conocido, fue muy emocionante. Regresamos al hotel y en la terraza donde emitieron el futbol nos despedimos. Abrazos, besos y subidones de energía para afrontar el resto de vacaciones separados, pues por experiencia ya sabíamos que en los largos trayectos en set-place esa energía era más que necesitada. Nos fuimos todos a nuestras respectivas habitaciones. La pena que Núria y yo sentíamos por separarnos de ellos de repente quedó en un segundo plano cuando escuchamos el zumbido de los mosquitos y como no había mosquitera les declaramos la guerra. Habían mosquitos en el techo y en las paredes, eso iba a ser una batalla a vida o muerte, o ellos o nosotras. Nos bañamos en Relec y encendimos un repelente de mosquitos de jardín sin mucho éxito, parecían inmunes. Como siempre tuvimos que pasar al plan b, cacería manual. Nos tumbamos en la cama boca arriba a esperar que se acercaran y cuando estuvieran cerca aplastarlos con las manos. Nos lamentábamos constantemente pues al día siguiente teníamos que madrugar y estábamos perdiendo muchísimo tiempo, pero aun así la situación era grotesca y no podíamos parar de reír. Las dos en silencio para escuchar los zumbidos de los mosquitos, mirando al techo, queriendo controlar aquella matanza...aniquilamos a unos cuantos, incluso uno de ellos con la ayuda de Núria hizo un bonito estucado de color rojo en la pared pero no podíamos seguir con aquello y abortamos la misión siendo conscientes de que si quedaban supervivientes serían uno o dos.

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