lunes, 20 de mayo de 2013

VIVIENDO UN DOCUMENTAL: IBEL-IWOL-BANDAFASSI (PAÍS BASSARI) 06/04/2013

Como de costumbre los gallos cantaban a las 5.30 de la mañana, parece ser que cuando ellos se despiertan ya tiene que estar en pie todo el mundo, aunque si es cierto que los senegaleses suelen despertarse bien temprano y para ellos escuchar los "kikiriki" debe ser algo rutinario. Las ovejas campaban a sus anchas por todo el campamento...si a mi me llegan a decir antes de viajar que un día al abrir los ojos lo primero que vería sería a estos animales no me lo creería, pero allí estábamos, durmiendo en una cama de caña en medio de la nada y rodeadas de ovejas. Doba llevaba ya rato despierto y nos animó a levantarnos para desayunar y comenzar el día con fuerza. El desayuno esta vez fue algo diferente, bueno, realmente solo había un añadido en la mermelada y es que en el interior del bote se había creado un mundo aparte de bacterias, estaba florecida. Una capa mohosa en la parte superior hizo que desestimáramos la opción de acompañar la mantequilla con la mermelada, yo tuve más suerte que Núria pues siempre me decantaba por el Chocopain y que cosas tiene la vida que ese bote de chocolate estaba recién comprado y lo abría yo. No habíamos acabado de desayunar que estaba ya fuera esperándonos el colega de Doba que nos llevaría hasta Ibel en coche para luego subir la montaña hasta Iwol. El trayecto fue corto y por el camino vimos pequeños poblados de varias chabolas, todas construidas al estilo tradicional. Bajamos del coche y lo primero que vimos fue una cabaña con dos o tres personas y a lo lejos un hombre que paseaba con su ganado. Enseguida nos pusimos a subir la montaña ya que Doba nos había dicho que en Iwol vivía Sira Keita, una mujer mayor con los atuendos típicos de una persona que vive en una tribu y teníamos mucha curiosidad aunque ya la habíamos visto antes, pues en la gran mayoría de documentales, reportajes y fotos que corren por internet de los poblados sale ella, es como la imagen que representa a las personas del Pais Bassari. Los europeos debemos tener fama de señoritos pues nos acompañaba también un sobrino de Doba durante la excursión, por si necesitábamos ayuda o que nos llevara algo, tipo mochilas, agua...a mi no me importaba en absoluto que viniera más gente pero no estaba dispuesta a que alguien cargara con mis cosas, no lo veía normal por mucho que el chico estuviera para eso, me sentiría mal, como si fuera mi sirviente y mientras yo voy bien él va cargado como una mula...me negaba completamente a eso.
 
MARAVILLOSAS VISTAS SUBIENDO A IWOL
 
Cuando estábamos a punto de llegar arriba del todo nos encontramos con un pequeño grupo de niños que bajaban y al vernos subir se dieron media vuelta y nos acompañaron lo poco que quedaba hasta llegar arriba del todo. Uno de ellos que debería tener unos doce años, era precioso. Tenía la cara afeminada, el pelo largo con trenzas y como pendientes llevaba unas astillas de madera. Le preguntamos a Doba una y otra vez si estaba seguro de que no era una niña en lugar de un niño y Doba nos juro y perjuró que de mayor sería el rompecorazones más famoso de Iwol. Otra criatura del grupo llevaba en la mano un pequeño pajarito muerto. Le preguntamos que qué demonios hacía con el pájaro y nos dijo que se lo había encontrado muerto, que ella no mataba animales y que como estaba en buen estado se lo iba a comer. Nosotras la miramos pensando; pobre niña ingenua si con ese pajarito esmirriao no tienes ni para una muela. Al llegar arriba se abría una gran explanada con tres o cuatro cabañas al fondo y a primera vista un pozo junto a un verde y frondoso árbol que nos daba la bienvenida al poblado. Subida al árbol una niña de unos seis o siete años recogía mangos con un palo. Como de costumbre una parte del poblado se hizo eco de que había llegado la visita de unas toubabs y salieron en nuestra busca. Doba nos dijo que aquí podíamos dejar parte de la ropita que habíamos llevado para los niños y al abrir la bolsa se nos agolparon los críos como locos. Nosotras estábamos agachadas seleccionando las tallas de la ropa y no hacíamos más que ver manos y manos que intentaban coger algo o que daban golpecitos para llamar la atención y decirnos que ellos querían ropa.
 
CON LOS NIÑOS QUE LES DIMOS ROPITA
 
Conseguimos repartirla de la manera más justa que pudimos y todos se la pusieron para que viéramos lo guapos que estaban, tal era la emoción que tenían que ni siquiera los adultos que habían por ahí viéndolo todo se percataron de que la ropa era nueva y llevaba la etiqueta colgando así que fuimos uno a uno a quitarles la etiqueta y todos se dejaban hacer. Sacamos los juguetes de hacer pompas de jabón y como siempre, no nos quitaban ojo de encima. Seguro que jamás en la vida habían visto ese cacharro que al soplar por un lado salían un montón de pompas por el otro, pero en seguida aquellas maravillosas personitas supieron que era para que jugaran a atraparlas. Entre unos y otros se daban manotazos sin ningún tipo de compasión para cazar las pompas, todos querían cazar muchas y el griterío que se formó fue espectacular.
 
ATRAPANDO LAS POMPAS DE JABÓN
 
Los más pequeños se balanceaban de un lado a otro entre los mas mayores sin poder petar ninguna pero estaban igual de contentos. Recuerdo las risas de cada uno de ellos, las miradas desorbitadas, las manitas arriba alborotadas, los saltitos con esos piececitos descalzos y todos con sus camisetas nuevas y las churrillas al aire. Su felicidad era mi felicidad, pero llegó un punto en que mis pulmones no daban más así que decidí pasarle el relevo a Núria y cuando ella acabó igual que yo se lo pasó a dos chicas del poblado que andaban por allí. Hicimos muchísimas fotos y de nuevo los niños haciendo piña y barullo para verlas. Como eran tan pequeñines les teníamos que bajar la cámara a su altura para que pudieran ver la pantalla. Fue divertidísimo cuando a Núria se le ocurrió la idea de dar la vuelta a la cámara cuando ellos estaban mirando las fotos hacia abajo porque así les hacíamos fotos en corrillo y de primer plano.
 
 
También les causó curiosidad los tatuajes que tenemos y nos los tocaban con muchísimo cuidado. Todo el nerviosismo se calmó cuando vimos aparecer a Sira, aquella entrañable ancianita. Iba vestida con una sucia y vieja camiseta y un pareo, como buena africana. Llevaba unos collares que parecían de juguete con unos triangulitos amarillos, verdes y rojos, las orejas completamente cubiertas con aros y un palito de madera le atravesaba la nariz de un lado a otro. Su expresión era seria, tranquila.
 
SIRA KEITA
 
Trajo una bandejita con collares hechos de bolitas de arcilla y nos explicaba como los había hecho mientras Doba nos traducía. No le compramos nada pero a cambio le dimos unas nueces de cola. Nos adentramos en el poblado junto con el jefe de Iwol y vimos a la sombra de un formager como unas mujeres picaban el maíz para hacer cous cous. Sin que yo abriera la boca Doba me miró y supo lo que yo quería. Les preguntó a las mujeres si me dejaban picar con ellas y muy amablemente aceptaron. Una de ellas me dejó su palo que por cierto pesaba bastante y me explicó como debía cogerlo.
 
PICANDO MAÍZ
 
Me puse a picar maíz con ellas y entendí lo duro que es pasarse cinco horas repitiendo la misma acción para poder tener la ración del día, mientras que nosotros con total facilidad vamos al supermercado y compramos sin el mayor esfuerzo lo que necesitemos. Estas mujeres se merecen un monumento. Durante la visita también vimos la iglesia que construyó hace unos años un valenciano para la gente del poblado, pues carecían de un templo de culto y para ellos es algo muy importante. La iglesia era una construcción más tradicional pero a lo grande y destacaba por la cruz que culminaba en el techo. Paseamos entre las casitas de los habitantes de Iwol, parecían sacadas de un documental.
 

 
En una de ellas conocimos a una mujer mayor que trabajaba el algodón con mucha soltura, le dimos unas nueces y ella nos bendijo. El jefe del poblado nos llevó hasta su casa y nos invitó a que tomáramos asiento. Jean Baptiste, que así se llamaba el jefe, nos explicó la historia de los Bédik en francés y nuestro guía nos iba traduciendo. La verdad que fue muy interesante conocer su cultura y ver las diferencias que tenemos entre unos y otros, pero que ante todo somos personas y el respeto es primordial. Cuando Jean Baptiste acabó, hizo pasar a los niños que esperaban en la puerta el permiso del jefe y como una marabunta nos abordaron. Sacamos los globos y de nuevo manitas por aquí y toquecitos en la espalda por allá. Unos querían los globos hinchados y otros lo querían hacer ellos, pues si se los hinchábamos nosotras se lo atábamos y los mas mayores lo que querían era hacer ruido con el globo ya que al estirar la parte por donde se infla y dejar expulsar aire poco a poco hace el ruido estridente que yo tanto odio y que a ellos les encanta. Como todos sabemos los peques son muy listos, aprenden rápido y alguno aprovechándose de la aglomeración pilló más de un globo y de dos, pero lo importante es que nadie se quedó sin globo y todos pudieron jugar. Le dije a Doba que les dijera de ir al lado de la cabaña que había un poco de espacio y que jugáramos a tirar los globos al aire y que no podían tocar el suelo. Lo que sentí al ver que todos tiraban los globos hacia arriba fue maravilloso.
 
JUGANDO A QUE LOS GLOBOS NO TOQUEN EL SUELO
 
Yo jugaba con ventaja por la altura y los tocaba antes que ellos. Los globos empezaron a descontrolarse y los peques estaban completamente hipnotizados corriendo detrás de cada globo y tratando de que no tocaran el suelo. Un niño sin globito me miraba y para que no estuviera excluido recurrí a las ya conocidas volteretas en el aire.
 
VOLTERETAS EN EL AIRE
 
El niño se partía de risa y al verle la carita hacia que yo también riera muchísimo. Los globos dejaron de existir en cuanto vieron lo de las volteretas, se me ponían en fila para que se las hiciera. Doba nos recordó que pronto sería la hora de comer y que antes de bajar teníamos más cosas que ver. Cuando me despedí de los niños los vi como entre ellos intentaban hacer lo de las volteretas, obviamente sin ningún éxito porque aun eran demasiado canijos como para levantar a alguien del suelo.
 
INTENTANDO HACER ENTRE ELLOS LAS VOLTERETAS EN EL AIRE
 
Seguimos caminando hasta llegar al gran baobab sagrado del poblado y un poco más lejos había un precioso rinconcito en el que poder dejar pasar las horas. Desde ese fantástico lugar se veía Ibel abajo y el resto del mundo alrededor, que bien se siente uno allí, que libertad y que paz, solo por eso había merecido la pena soportar el calor del ascenso a Iwol. Cuando dimos la media vuelta vimos a una familia retirados del centro del pueblo que trabajaban con unas máquinas artesanas el algodón. Los tres miembros formaban una cadena; mientras uno deshacía los nudos, el otro iba tejiendo con el algodón y por último una mujer cosía. Comenzamos a bajar la montaña y en poco tiempo llegamos a Ibel. Una vez abajo entramos en aquella cabaña habilitada como bar que habíamos visto al subir a Iwol y tomamos unas coca colas. La sorpresa fue que al entrar estaba allí Harouna. Nos dio mucha alegría verle ya que esperábamos verlo a la vuelta en Kedougou y no tan temprano. Nos explicó que él es de Ibel aunque vive en Kedougou, que sus padres viven ahí, que uno de los chicos que estaba con nosotros era su hermano y que esa cabaña-bar era suya. Mientras tomábamos los refrescos Harouna y Doba sacaron un juego que se llama Awalé. Es un juego típico del África occidental y se dice que uno de los más antiguos del mundo. Consta de un tablero en el que existen dos campos, el tuyo y el del adversario, y cada campo tiene seis agujeros donde se depositan las fichas, que por lo general son semillas o guijarros. Es un juego de estrategia en el que se han de ir eliminando fichas del campo contrario y quien elimine más fichas es quien gana. Yo me pasé toda la partida sin prácticamente pestañear pues quería aprender ese juego a toda costa y al ir avanzando el juego lo iba comprendiendo. Harouna se proclamó campeón de campeones de Awalé y Doba quedó terriblemente derrotado, pero ahí estábamos sus chicas para animarle. Cuando por fin recuperamos un poco de aliento nos marchamos de nuevo con el coche hasta Chez Leontine, nuestro campamento, y allí comimos la mar de a gusto. Reposamos la comida un rato en casa de Marc, el guía que conocimos en Éthiwar que casualmente vivía al lado del campamento y nos invitó a tomar té. Allí vivía él con su mujer y sus cinco hijos que por allí andaban jugando con otros amiguitos. Cansada de estar sentada y con tanto niño me dispuse, como no, a jugar con ellos con los juguetes de hacer pompas de jabón y con los globos. Como tenía esta vez bastante rato decidí también sacar los cuadernos para pintar y los colores que Adri y Sara, dos buenos amigos, me habían regalado para que se los llevara a los nenes de Senegal. Eran tantos que tuve que desmontar el cuaderno y cortar las hojas una a una para que todos pudieran tener, y los lápices repartirlos entre todos y eran tan buenos que no se quejaron en ningún momento de si ese color no les gustaba o si preferían el que tenía otro niño. Allí las peleas por ese tipo de cosas no existen, son conscientes de que no suelen tener nada de eso y piensan que ya tienen mucha suerte con tener una hoja y un color cualquiera con el que poder pintar así que prefieren invertir el tiempo en divertirse y no en peleas absurdas.
 
PINTANDO CON MIS NIÑOS DE INDAR
 
Cuando llevábamos un rato pintando y enganchando pegatinas del rey león en las hojas, noté que los niños se habían multiplicado. Fui a buscar otro cuaderno para pintar y más colores y cuando me senté para repartirlos no podía creer a quien tenia delante... ¡Era Susan, mi niña de las trencitas! Mi niña, mi niña, mi niña...estaba preciosa...enseguida la abracé y ella dejó que la colmara de besos y elogios. No me podía olvidar de los demás peques que estaban por allí, les di a cada uno su dibujo y un lápiz y Susan se quedo conmigo a mi vera, pegadita a mi, pintando. Yo no podía quitarle los ojos de encima a esa criatura tan tierna y ella de vez en cuando me miraba para ver si me gustaba como pintaba y yo siempre le decía con una sonrisa de oreja a oreja que si. Cuando se cansó de dibujar se levantó, me miró y me soltó el cabello. Susan volvía a agradecerme el tiempo que le dedicaba haciéndome trencitas. Ojala supiera que yo solo quería estar con ella para hacerla feliz ese ratito y que no quería nada a cambio, que si ella estaba feliz yo también lo estaba, pero Senegal como ya expliqué es el país de la teranga y las trencitas eran teranga. En cuanto vieron las otras niñas a Susan trenzándome el flequillo se arremolinaron a mi alrededor tres más de las cuales una de ellas, Carla, la hija de Leontine, al ser tan chiquitina más que trenzas lo que hacía era tirarme del pelo, con cariño, pero me tiraba. En cinco minutos me habían dejado la mar de guapa mis peluqueras.
 
EN LA GALERÍA DE ARTE Y LA PELUQUERÍA
 
Llegó la hora de despedirse de los niños y Zita, una de las hijas de Marc que también me había estado haciendo trenzas me regaló su dibujo de Bambi y le puso su nombre. Lo de Susan ya fue un drama, pero le tuve que decir adiós y esta vez si sabía que no volvería a verla. Mi Susan, mi muñequita...
 
SUSAN
 
Antes de ir a ver Bandafassi, un pueblo que estaba cerca, y aprovechando que el sol estaba perdiendo intensidad, Núria y yo decidimos ir a llenar de agua el cubo y la garrafa al forager del campamento para poder ducharnos por la noche. Aquello de darle al sube y baja fue una odisea, la puñetera palanca iba muy dura pero si las crías lo hacían nosotras también podíamos y aunque costó lo suyo lo conseguimos.
 
 
 Adaptándome al entorno quise llevar el cubo en la cabeza. Mientras me lo subía se me cayó agua por encima y mientras lo llevaba agarrado se derramo aun más, pero con el calor que hacía me lo agradecí a mi misma.
 
 
 
Llevar el cubo en la cabeza no es tarea fácil. Puedo confirmar de sobras que el papel que desarrolla a lo largo de su vida la mujer africana es muy duro. Doba reclamaba nuestra presencia con un "chicaaaaaas, nos vamoooooos". Fuimos andando hasta Bandafassi y repartimos caramelos a toda persona que se nos cruzara hasta agotar existencias. Al llegar a la entrada del pueblo se levantó un viento espantoso, Doba saludó a los conocidos que se encontró y rápido nos metimos en una cabaña para refugiarnos. Esa casa-cabaña debería de ser de alguien que Doba si sabía pero nosotras obviamente no teníamos ni idea. Al poco rato entró por la puerta la Rihana senegalesa, la chica moderna que habíamos visto el día antes en Éthiwar. ¡Carai, cuantas sorpresas hoy! Se llamaba Marie Clarie Keita, Marie para nosotras, y era la mujer más guapa que vimos en todo Senegal, además tenía una voz muy dulce y cuando hablaba, nosotras la mirábamos atentamente y abríamos al máximo los oídos, de echo siempre le dábamos conversación para escuchar su voz y entendiéramos o no, eso quedaba casi a un segundo plano, el caso era oírle hablar. Si no recuerdo mal tenía 29 años, cristiana y de etnia Bédik, natural de Bandafassi pero residente en Dakar por trabajo, era camarera en un restaurante. Conocimos también a su hija que tenía quince años y a una hermana de Marie que era bastante más jovencita que ella. Marie nos recordaba del día anterior por haber salido a bailar al corrillo de Éthiwar. Cuando paró el viento fuimos a dar una vuelta por el pueblo, Doba nos enseñó un huerto que había hecho la ONG Yaakar Africa con la que él colaboraba para integrar a las mujeres en el mundo laboral y que fueran económicamente independientes. Llegamos al campo de futbol donde jugaban un partido los locales contra unos universitarios de Dakar. La organización había preparado también un escenario con música donde los niños bailaban al son del danzakuduro. Al poco rato llegaron Marie y su hermana y yo ya estaba para variar con los niños. También andaba por ahí Harouna, que había dejado la timidez en casa y no paraba de tirarle los trastos a Núria. Una de las niñas intentaba enseñarme bailar danza africana pero a pesar de mi predisposición no hubo manera de poder aprender ni un solo paso, sin embargo yo les enseñé el baile de "El Pollo" y todos la aprendieron bien rápido, ya sabemos todos que los chavales son como esponjas.
 
BAILANDO CON LOS NIÑOS DE BANDAFASSI
 
El partido acabó y antes de irnos Doba nos dijo que esa misma noche hacían una fiesta al lado del campo de futbol y que habría disco. Quedamos con Marie y con Harouna que nos veríamos esa noche y nos fuimos al campamento. De camino volvimos a encontrarnos con Harouna que iba en moto y trataba de sorprender a Núria con el rugido del motor, que gracioso...a pesar de que insistía, lo simpatiquísimo que era hacía que los momentos que se ponía en modo pesado fueran divertidos. Llegamos al campamento que ya había oscurecido y mientras Leontine nos preparaba la cena nosotras aprovechamos para hacer el ritual de cada día, ducha y lavar ropa. Después de cenar tomamos unas Gazelle para hacer tiempo y llegó Harouna con su moto pero la aparcó y se marchó sin saludarnos. A los pocos minutos vino con un precioso bebé que era su sobrinita. Yo me volví loca y aprovechó que yo estaba con la nena para exprimir cada minuto con Núria a ver si al final caía. Fui con la niña colgando dentro de nuestra cabaña para coger un pareo. Al haber visto como colocan las mamás a sus bebés a la espalda y los atan yo quería ponerme a la nena igual y lo conseguí.
 
 
Al principio andaba con un poco de miedo pensando que se me podría caer pero luego ya me paseaba con ella por el campamento y la enana tan tranquila ahí conmigo. Cuando me quise dar cuenta Núria se había colgado a la espalda de Harouna imitándonos y tratando de atarse con una sábana, fue divertido.
 
HAROUNA Y NÚRIA
 
Doba vino a buscarnos pues ya nos íbamos a Bandafassi a buscar a Marie. Cuando llegamos a su casa ya estaba lista y de camino al lugar de la fiesta nos dijeron unos chicos que el generador de luz del pueblo se había estropeado y que iban a arreglarlo o a buscar uno a otro pueblo así que Marie nos llevó a tomar té a una zona comunitaria donde se reúne la gente del pueblo. Allí había de todo, gente durmiendo fuera de sus casas con esterillas en el suelo, gente vestida con sus mejores galas preparados para la fiesta, chicas que se peinaban las unas a las otras...y a Núria se le antojó que esas chicas le hicieran una trenza. Marie le dijo que ella sabía hacer trenzas que si quería mientras tomábamos el té le hacía una bien chula. Se puso a trenzarle el cabello y Núria casi lloraba del daño que le hacía al apretarle. Marie le dijo que aguantara, que era normal y que no le estaba apretando como realmente se hace. El resultado fue magnífico, le hizo una trenza Bédik preciosa.
 
TRENZA BÉDIK
 
Comenzó a llover y fuimos a refugiarnos a una cabaña que había enfrente y nos juntamos un montón de personas. Entre toda esa gente estaba el hermano pequeño de Marie que se llamaba Patrice. Sabía hablar español, nos dijo que lo aprendió en el colegio y que además pertenecía a una comunidad religiosa cristiana, que hacía un par de años había viajado a España donde pudo allí practicar el idioma y que le gustó muchísimo. Era un chico encantador, con un saber estar exquisito, muy dulce y amable. Como su hermana, él vivía en Dakar porque estaba acabando la carrera de derecho y estaban en Bandafassi de vacaciones por Semana Santa, en pocos días ambos marchaban de nuevo a la capital a retomar sus responsabilidades. Cuando la lluvia paró decidimos ir a la disco pues ya se oía música y aunque estábamos muy cansadas teníamos ganas de bailar un rato. Como es lo normal por el camino se notaba la ausencia de farolas y tan solo disponíamos de mi linterna y de la poca luz que daban algunas viviendas. Llegamos a la disco y pagamos 500 CFAs por la entrada. El lugar eran cuatro paredes con cuatro ventanas y una mesa con dos dj's que estaban medio estirados en las sillas. La gente poco a poco se iba animando a entrar e iban haciendo corrillos de baile. Yo mientras me movía un poco observaba a los chicos como bailaban, estaban todos de guasa. Vinieron dos mozos a animarnos un poco y luego entraron Doba y Harouna. El calor era asfixiante y al poco rato nos fuimos porque nos flaqueaban las piernas y aun quedaba un buen trozo de camino al campamento. A Marie la veríamos al día siguiente porque iba a venir a la cascada de Dindefelo con nosotros pero si que nos despedimos de Patrice y nos dimos los correos electrónicos para no perder el contacto. Por el camino fuimos cantando el "gurdu-gurdu" hasta hartarnos y rezamos por no encontrarnos ninguna vaca porque en la oscuridad nos llevaríamos un susto de muerte. Por fin en el campamento nos tumbamos en la cama al aire libre y disfrutamos del maravilloso espectáculo que nos brindaba en ese momento la vida, un cielo repleto de estrellas en el que no había hueco ni para una más.

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