martes, 7 de mayo de 2013

UN TRAYECTO, UNA PESADILLA: ZIGUINCHOR-TAMBACOUNDA 03/04/2013


El despertador sonó tan temprano que aun era de noche. Entre bostezos pactamos que pondríamos los pies en el suelo en cuanto viéramos el primer rayo de sol, la pena es que no tardó mucho en clarear. Un taxi nos llevó sin más a la Gare Routier de Ziguinchor, sabíamos que iba a ser un día muy duro y comenzamos a mentalizarnos y a ser conscientes de que esta vez sí o sí teníamos que pelear por los asientos delanteros. Tal como llegamos pagamos el viaje hasta Tambacounda, pues no es muy habitual que haya un set-place que vaya directamente a Kedougou a no ser que sea un grupo ya cerrado. Aquel set-place pararía en Tamba y allí cogeríamos otro que nos llevaría hasta nuestro destino. Creo recordar que cuando llegamos estaba el set-place vacío y no tuvimos que pelear por los asientos pues automáticamente ya eran nuestros eso si, preguntamos y reconfirmamos que así fuera. Mientras bebía café touba como una loca iban pasando las horas y no se acababa de llenar el coche, creo que después de 2 horas tan solo vino un cliente más. Entre los vendedores de tickets se las arreglaron para convencernos de que otro set-place nos llevaría hasta Vélingara y allí sin problemas podríamos coger otro coche hasta Tamba. Era, o llenábamos uno de los dos set-place que estaban esperando o ninguno de los dos saldría hoy. Teniendo en cuenta que nuestro viaje de Ziguinchor a Kedougou eran poco más de 600 kilómetros, unas 10 horas, nos interesaba salir ya como fuera. El set-place hasta Vélingara solo tenía disponibles los asientos traseros y automáticamente nos negamos a montarnos pero llegamos a un trato, si pagábamos el asiento libre que quedaba nos dejaban sentar delante. Evidentemente aceptamos y solo tardamos en salir el rato que llevaba montar nuestras mochilas en el coche y como no, discutir sobre el precio de las mismas. Esta vez nos enfrentábamos al viaje contentas. Núria se sentó y lo primero que dijo fue: mira la cara de puteaos que tienen los de atrás porque les hemos quitado el sitio. Automáticamente uno de los ocupantes le dijo en un claro castellano: podrías tener un poco más de respeto, no estamos puteados ¿vale? Es algo que tarde o temprano nos pasaría, que alguien supiera nuestro idioma y nosotras habláramos más de la cuenta. Núria enseguida le dijo que puteado quería decir enfadado pero no convenció al chico a pesar de que la pobre trataba de quitarle hierro al asunto. Después de varios minutos intenté mediar yo diciendo que lo había dicho por las personas del otro set-place que habíamos dejado, ya que ellos habían perdido dos clientes y seguro que no saldrían ese mismo día. El chico pareció ahora sí más relajado y comenzamos a entablar conversación con él. Nos explicó que había aprendido español en la escuela y que le gustaba mucho poder hablarlo. Junto a él viajaban una mujer más bien rolliza y un señor un poco más mayor con una túnica azul eléctrico, eran sus tíos. Hacía un calor insoportable y a mi me dio completamente igual tragar aire con polvo mientras me diera el viento en la cara. El chofer paraba constantemente pues tenía problemas con la documentación del vehículo y nuestro "colega" le pidió con muy malas pulgas que hiciera el favor de no parar más, que los asuntos de papeles los arreglara cuando no tuviera clientes. Con tanta parada pudimos aprovechar a comprar bolsitas de agua congeladas y unas cuantas bolsitas de cacahuetes. Invitamos a nuestros acompañantes traseros y aceptaron. Seguimos la marcha y en los volantazos (porque allí por el estado de las carreteras es normal dar volantazos para evitar los baches) caía agua desde la parte exterior del techo hacia adentro del coche por las ventanillas. Olía a pescado. El compañero de viaje que iba sentado de copiloto y hasta el momento no se había manifestado nos pidió disculpas por si nos caía agua y nos dijo que llevaba pescado para que su hermano lo vendiera en el mercado y que para la conservación tuvo que ponerle grandes cantidades de hielo. Que suerte la mía...el agua caía por la derecha, justo donde yo estaba sentada. Menos mal que el chofer no era ningún camicace y se tomaba el trayecto con calma así que los volantazos en esta ocasión eran contados. Una vez más el conductor se paró sin decir nada. Esta vez en una Gare Routier de vete tu a saber que pueblo. Nosotras no teníamos ni idea de porque paraba pero nuestro colega nos dijo que deducía por la hora que era que el chofer tendría hambre, así que aprovechó para ir a comer también y nos invitó a que fuéramos con él. Que buen rollo después del encontronazo que tuvimos. Nos metimos en un restaurante de paso, para ellos conocido como tangana. Tenía una terraza con bancos bajitos o trozos de madera en el suelo para sentarse. Decidimos ir al comedor interior que no era menos penoso que la parte de fuera. 4 paredes sucias con la pintura que se caía a trozos, el suelo mal acabado lleno de agujeros, inestables bancos de madera como asientos e inestables bancos de madera como mesas, todo alrededor lleno se cubos de agua turbia, una columna que aguantaba el techo, dos agujeros en la pared simulando unas ventanas y cientos de moscas. Así era aquel "restaurante", haciendo honor a los nombres de restaurantes de carretera, una auténtica tangana. Nuestro compi pidió el famoso Thiebou Yapp y nosotras no hicimos otra cosa que beber agua y más agua. El pobre insistía en que deberíamos comer algo y nosotras nos limitamos a probar una cucharada de su bandeja, pues he de admitir que aunque no tuviera apetito por los ojos entraba muy bien y la verdad, estaba muy bueno. Cuando nuestro amigo iba por la mitad del plato el chofer nos gritó que deberíamos montar ya en el coche y retomar el viaje y así lo hicimos. Nuestro nuevo amigo nos invitó a las bolsitas de agua que tomamos. Después de unas 5 horas de viaje (desde que partimos por la mañana) llegamos a Kolda, a unos 190 kilómetros de Ziguinchor y en ese lugar despedíamos a "don pescadero". Mientras descargaban el pescado aprovechamos para bajar y estirar las piernas. Nuestro colega, que nunca supimos su nombre, nos dijo que fuéramos con él bajo la sombra a esperar. Desde allí vimos algo comprensible y más que obvio. El hielo del pescado se había deshecho y al bajar la enrome caja cayó todo el agua por el coche...que asco y que peste. El agua de los cristales no se había secado aun que ya andaba revoloteando un importante número de moscas. El hermano del señor que llevaba el pescado se llevó la caja y "don pescadero" aprovechó para despedirse de nosotras con un apretón de manos. Montamos en el coche de nuevo y a la hora aproximadamente llegamos a una localidad muy transitada a consecuencia del importante mercado semanal. Hubo incluso un momento en el que dudamos por el bienestar de nuestra integridad física, pues en la estrecha calle se juntaron dos camiones de frente y allí era imposible maniobrar, que al final no se como pero el tapón quedó disuelto. Allí se quedaba nuestro colega y sus familiares y nosotras seguíamos el viaje. Nos despedimos de ellos y en cuanto les perdimos de vista el chofer nos dijo que no nos iba a llevar hasta Vélingara, que nos montáramos en el autobús que nos señalaba y que ese cacharro nos llevaría hasta Tamba. Nuestra respuesta fue ¿Cómoooooo? Discúlpenos pero hemos pagado por el viaje hasta Vélingara y hasta Vélingara usted nos va a llevar. Al momento vinieron 2 o 3 o tal vez 4 hombres que nos trataban de convencer que ese transporte era bueno, que íbamos a ir a Tamba como queríamos y que tendríamos buen asiento. La situación nos empezaba a desbordar: el calor, el cansancio, el aburrimiento...aquello no era real, no nos podía estar pasando eso a nosotras. Núria en un ataque de nervios empezó a decir barbaridades. Yo la trataba de calmar haciéndole ver que así no íbamos a conseguir nada, solo ponernos más nerviosas de lo que ya estábamos sin encontrar solución alguna. Yo insistía en conversar y hacerle entender al que aun seguía siendo nuestro chofer que lo que estaba haciendo no estaba bien, que porque seamos toubab y desconozcamos el funcionamiento de muchas cosas de Senegal no le daba derecho a echarnos del set-place y que su obligación como trabajador era llevarnos hasta donde habíamos acordado, pero al chofer le entraba por un oído y le salía por el otro. Nuestra respuesta fue contundente: no. Así nos tiramos como 15 minutos peleando sin conseguir nada y acabamos por acceder pues pensándolo fríamente y aunque nos fastidiara no había otra solución. Lo que nos dio más rabia es que el muy cretino lo hizo cuando nuestro amigo de set-place se marchó porque sabía perfectamente que este chico hubiera dado la cara por nosotras. Montamos en el autobús maldiciendo a ese impresentable, vomitando toda clase de improperios y calamidades. En el autobús de nuevo otra batalla para acordar el precio del trayecto y no teníamos fuerzas para otro regateo. Núria seguía en cólera chillando a todo ser viviente que la mirara o que le dijera algo. Yo agotada seguía pensando que la mejor opción era hablar a pesar de que con el capullo del chofer no me sirvió de nada. Los ocupantes del autobús estaban disfrutando de un buen espectáculo, nos clavaban los ojos y entre risas entendíamos que hablaban de nosotras por la palabra toubab. Acabamos pagando lo que nos pidieron por el billete a Tamba pero conseguimos el precio del equipaje más barato. Las mochilas nos las dejaron en el suelo del pasillo central y la gente iba y venía por encima de ellas hasta el momento con cuidado y sin pisarlas. Cuando el vendedor de tickets se fue Núria rompió a llorar de rabia e impotencia, cosa que evidentemente entendí porque yo me sentía igual de vulnerable que ella pero la diferencia es que yo conseguí mantener un punto de cordura. Consolé a Núria pues estaba totalmente descontrolada y entre lágrimas vimos que a la izquierda había una mujer joven que se parecía a Amy Winehouse. Era negra pero idéntica a Amy, eso si, tenía un timbre de voz que perforaba hasta el tímpano más resistente del mundo. A esto podemos sumarle con toda tranquilidad el griterío del resto de viajeros que iban en ese trasto de autobús. Poco a poco dejamos de ser el punto de atención de la gente y nos centramos en nosotras mismas. Sabíamos que íbamos a estar bastante rato allí metidas y deberíamos tomárnoslo, por mucho que nos costara, con una actitud un poco más positiva. El autobús iba arrancando y parando. Paraba en todos los pueblos habidos y por haber para recoger o dejar pasajeros. Cada vez que alguien tenía que bajar, un colega del conductor golpeaba con la mano la parte trasera del vehículo para que este supiera que tenía que descargar, y la misma operación se repetía para recoger a la gente. Cuando el autobús ya dejó de hacer paradas nos pusieron una serie senegalesa en el televisor, la calidad de las grabaciones es como la que era en España en los años 70. Alternaban la serie con unos cuantos videoclips americanos de los cuales solo recuerdo el "Baby one more time" de Britney Spears. Pasamos el rato criticándola y comparando lo que era y lo que es. Había oscurecido cuando hicimos una parada en la que nos dejaron bajar a todos pues tenían que cargar bastantes bultos de un nuevo pasajero en la parte de arriba del autobús y eso llevaría su tiempo. Yo bajé escopeteada, necesitaba aire urgentemente y Núria tardo quizás un par de minutos más en salir y cuando me alcanzó, su cara era de indignación total, Amy Winehouse le había escupido en el suelo al paso de ella. Estábamos hartas de pensar en, no podemos hacer nada y resignarnos, pero con un poco de autocontrol conseguimos despejar la mala honda que nos provocó el desafortunado escupitajo. Una vez abajo, Núria encontró un chico tunecino con quien hablar un rato. Ella le contaba nuestra aventura y él le explicaba que estaba varios meses en Senegal por trabajo y le enseñaba fotos en el móvil de su mujer que sorprendentemente, era senegalesa. Yo aproveché para preguntar a un señor que viajaba cerca de nosotras cuanto tiempo nos quedaba para llegar a Tamba y me dijo que unas 5 o 6 horas. Me quedé en estado de shock. Fui corriendo hacia Núria para decírselo. No se si sería porque ella ya había transformado su ira en lágrimas y se había descargado, que se lo tomó como si nada, pero yo recuerdo que cuando me acabé el cigarro que me estaba fumando encendí otro y otro. Estaba en un estado de desesperación insuperable. Nos indicaron que debíamos volver a subir al trasto y dejándome arrastrar por las escaleras y el pasillo llegué al asiento. La gente empezó a pisotear las mochilas a su paso, no sabía si pegar a alguien o dejar que fueran atropelladas de esa forma pero saqué fuerzas para encararme con la mujer que tenía detrás, pues a parte de que las pisó, tiró la cáscara de una mandarina por encima. Si hay algo endémico de muchos senegaleses es que son bastante marranos. Cuando el autobús arrancó esta vez fui yo la que rompió a llorar, pero no tuve consuelo por parte de mi compañera y es algo que en ese momento necesitaba. Lloré y lloré hasta que Núria me dijo que había visto un pedrusco en el suelo de esos que indican los kilómetros que quedan para llegar a una localidad y le pareció ver menos de 100.
 
LA ÚNICA FOTO QUE HICIMOS EN TODO EL DÍA, LLORANDO EN EL AUTOBÚS.
 
La alegría me invadió por completo al saber que después de llevar un total de 13 horas de viaje ya estábamos por llegar a Tamba y suponíamos que llegaríamos alrededor de las 22,30 de la noche. Estaba clarísimo que dormiríamos allí y mañana retomaríamos el viaje hasta Kedougou. Que ilusas nosotras que por la mañana pensábamos que llegaríamos del tirón y sin problemas... El conductor volvió a hacer una última parada para descargar gente y bultos y bajamos a estirar las piernas de nuevo. Como yo ya no me fiaba de nada y de nadie le pregunté a un militar que aguardaba la zona cuanto rato quedaba para llegar a Tamba. Antes de dejarle hablar le supliqué por favor que me dijera la verdad, él notó perfectamente que me estaba aferrando a su palabra y que mi estado de ánimo dependería de su respuesta. En la oscuridad de la noche aun recuerdo su cara diciéndome: tranquila, a las 22,45 o 23 horas llegareis a Tamba, inchallah. Por un momento yo también me volví musulmana y empecé a repetir inchallah, inchallah, por favor inchallah. Pensé que este chico no perdía ni ganaba nada si me mentía, con lo cual confié plenamente en su palabra y me fui eternamente agradecida. Por fin los pedruscos del suelo ya indicaban los kilómetros con una sola cifra y no sabíamos si saltar encima del asiento o llorar otra vez pero de alegría. Hicimos algo mucho más adecuado en ese momento, sacar la Lonely Planet y mirar los alojamientos que recomendaba. No comimos más que algo de fruta en todo el día y en lugar de pensar en comida o tener hambre lo que queríamos era quitarnos la roña de encima con una ducha de agua fría. En cuanto vimos luces de colorines por todos lados, gente que andaba arriba y abajo por las calles y viviendas, supimos que habíamos llegado a la ciudad. Le pedimos al conductor que por favor nos dejara allí mismo, que no queríamos seguir hasta la Gare Routier, pues ya teníamos el alojamiento decidido y deseábamos coger un taxi para llegar lo más rápido posible. Un señor que habló un poco con nosotras nos acompañó hasta la policía y allí cogimos el taxi para el albergue Bloc Gadel. Tal como llegamos y nos instalamos fuimos a ducharnos. ¿Por qué cuando deseas algo con todas tus fuerzas no se cumple? Todo el camino imaginando una ducha de agua fría y aquí salía ardiendo. Cuando acabamos de ducharnos llamamos a Doba, el guía que nos iba a acompañar durante los 5 días de viaje por el Pais Bassari. Eran cerca de las 12 de la noche y como era de esperar Doba tenía el teléfono apagado. Le dejamos un mensaje en el contestador disculpándonos y lamentando que en lugar de comenzar la ruta el día 4 tal y como habíamos acordado por mail desde Barcelona, deberíamos retrasarlo un día y le explicamos brevemente lo sucedido. Pensamos que nos entendería y estábamos en lo cierto, Doba conoce como funciona esto de los transportes públicos y sabe que por lo general hay problemas en los trayectos tan largos, nosotras más que nadie hubiéramos querido dormir esa noche en Kedougou y no tener que chuparnos al día siguiente otro viaje. Núria se fue a la habitación y yo me quedé en la terraza meditando. A los 5 minutos cuando llegué Núria se había quedado dormida encima de todas las cosas que había dejado en la cama, lógico que el cansancio pudiera con ella. Yo me limité a encender el ventilador y tirar todas las cosas que tenía encima de mi cama al suelo. Mañana será otro día.

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